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Los trabajos duros de la mujer

El 27 de octubre de 1968 apareció el primer número del periódico Diario Femenino, creado por el publicista Victor Sagi y dirigido por Jaime Arias. Bayo se incorporó a la sección de reportajes y recorrió España para descubrir el marginado mundo del trabajo de las mujeres:  las trabajadoras en los lavaderos de carbón, las que trabajan en los mataderos, las hilanderas, las cosechadoras de arroz, las picapedreras, las mariscadoras , las dinamiteras, las campesinas, y un sin fin de profesiones que hacen de la mujer una fuerza de trabajo tan importante como la del hombre. En 1970, estos reportajes fueron publicados en forma de libro con el título Trabajos Duros de la Mujer (Plaza&Janés), aunque cercenados por la vigente ley de prensa. El libro fue traducido al ruso (Tiaskaya Dolia Inspanski)  y publicado en 1976 por la Editorial Progres (Moscú)

Inicialmente el libro tenía por título “Las Dos maldiciones”, ya que la mujer recibe sobre si misma las dos maldiciones que en la Biblia aparecen por separado, una para el hombre: te ganarás el pan con el sudor de tu frente; y otra para la mujer: parirás con dolor”.

El libro mereció varias ediciones, algunas de ellas sin licencia del autor.

GAL: Punto Final

Los dos argumentos más llamativos del libro “Gal: Punto Final” son: 

 

Que hubo una conspiración para echar a Felipe González del poder, montada visiblemente por Alvarez Cascos y Pedro J. Ramírez, con la complicidad de los jueces Garzón y Liaño, y la utilización de testigos falsos (algunos de ellos pagados por Belloch)

 

Que Felipe González no montó el Gal, sino que lo desmontó. La cronología lo demuestra de la manera más obvia. Los hechos del Gal  crímenes cometidos por agentes de seguridad del Estado con el conocimiento y el visto bueno de sus jefes -se iniciaron en las postrimerías del franquismo y se sucedieron durante toda la etapa de la UCD de Adolfo Suárez. Es un hecho cierto y está documentado que Rafael Vera y José Barrionuevo se reunieron en 1985 con Felipe González para tomar las medidas a fin de liquidar la estructura de los Gal. 

El libro dio amplia información sobre la estructura de la conspiración (que posteriormente fue reconocida por uno de sus impulsores, Luis María Ansón).

“GAL:Punto final” fue retirado de las librerías apenas un mes después de su aparición, cuando ya se habían vendido unos quince mil ejemplares.  

El libro empieza así:

 

“Si se demuestra que todo el escándalo judicial de los Gal, con el propósito último de incriminar a Felipe González para eliminarlo de la vida política, está basado sobre piezas viciadas, no sólo se habrá perdido la oportunidad legal y legítima de limitar las responsabilidades por los asesinatos cometidos en suelo francés, sino que se habrá hecho un daño, quizá irreparable, a la credibilidad de la justicia y a la estructura del Estado. Nos hallaríamos ante un golpe de Estado de proporciones desconocidas. No sólo habría coadyuvado a desalojar del poder al partido socialista, al haber sido gravísimamente desacreditado ante los electores, sino que habría precipitado el proceso anticonstitucional de desmembrar el Estado, deslegitimando a los cuerpos y fuerzas de Seguridad y desarmándolas ante un enemigo que les declaró la guerra y está a punto de ganarla. Los que prepararon el escenario para que los sumarios del Gal se montaran sobre piezas amañadas y sobre testigos falsos, interrumpieron acciones vitales del Estado para detener la violencia, pusieron en peligro los órganos más sensibles de la Seguridad y  rompieron el predominio y la iniciativa gubernamental que debían existir en la lucha contra Eta.”

Todo aquello, punto por punto, se cumplió con creces. Hubo conspiración y así lo admitieron incluso sus protagonistas. La mayoría de los ciudadanos de este país cree que los juicios contra la cúpula socialista del Ministerio del Interior y contra el general Galindo fueron prefabricados para lograr la condena de los procesados. Estos habían sido condenados ya antes de entrar en la sala. La ratificación, en última instancia por el Tribunal Constitucional y por el Tribunal Supremo, de las sentencias que condenaron al exministro José Barrionuevo, al exsecretario de la Seguridad del Estado Rafael Vera y al general de la guardia civil Enrique Rodríguez Galindo, entre otros, a largas penas de prisión, volvió a confirmar la sospecha, o mejor dicho, la certidumbre, de que la justicia en este país se halla en manos de la mala política. Hubo un regocijo general de los conspiradores por las condenas ratificadas; creyeron haber triunfado definitivamente. Los jueces les habían dado la razón y ahora exigían nuevos castigos, nuevas humillaciones.

El miedo, la levadura

y los muertos

El libro “El Miedo, la Levadura y los Muertos” fue  calificado por el censor A. Barbadillo- el 9 de abril de 1968- de:  “Libro tendencioso, negativo, que encierra una dura crítica a nuestras Instituciones en multitud de facetas”,  y es una “clarísima infracción del artículo 2º de la vigente Ley de Prensa e Imprenta”, y “aunque linda con los preceptos analógicos del artículo 165 bis b) del Código Penal, a mi criterio no se perfila como figura delictiva”. El censor concluye: “En su consecuencia, y desde un plano estrictamente jurídico, procede a la aceptación del Depósito, directamente, o bien a través del Silencio Administrativo, tal como aconseja el Lector 36 en su preceptivo informe”.

La Censura no impidió que se publicara el libro, pero una vez en las librerías la Brigada Central de Investigación Político Social se presentó en los almacenes de la Editorial Nova Terra y se incautó de 936 ejemplares. A continuación cursó órdenes a las Brigadas de todas las ciudades para que procedieran a retirar los ejemplares a la venta. Así se hizo en Alicante, Almería, Burgos, Cáceres. Huelva, Madrid, Murcia, San Sebastián, Tarragona, Tenerife, Valencia y Vizcaya. Los primeros libreros visitados  por la policía política corrieron la voz a sus colegas de las otras ciudades, y así se explica que  la policía sólo halló pocos ejemplares en cada una de las librerías. Los editores Josep María Verdura y Carlos Alfonso Comín le comunicaron al autor que los libros habían sido secuestrados y que “el Ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, en uno de sus arrebatos, ordenó que todos los libros incautados fueran guillotinados”.  De la cuchilla se salvaron algunos pocos ejemplares que aparecieron a la venta en Internet.

PROLOGO

En algunas conferencias y coloquios que he mantenido recientemente se me ha provocado a explicar prolijamente qué entiendo por reportaje social y cuál es su justificación en el momento que estamos viviendo.

¿Es que existe un reportaje que pueda ser calificado de tal suerte? En principio, el reportaje a secas, sin adjetivar, es una técnica narrativa del periodismo moderno que se define como el acercamiento a un hecho urgente e inmediato, a través del periodista -del escritor- que, de alguna manera, toma parte en él.

El reportaje es un género mayor dentro del periodismo y toma prestado de otras técnicas narrativas los medios de expresión más eficaces. No es casual descubrir en el reportero las condiciones del escritor: la habilidad en descubrir el tema,  en introducirse en el ambiente, en perfilar los personajes, en montar los diálogos y en relacionar con el hecho que se narra otras experiencias vividas por el autor. Las grandes novelas de nuestro siglo pisan el camino que, paralelamente, ha sido hollado ya por el reportaje. Los hechos más apasionantes, las tensiones individuales y colectivas más extremas, los conflictos de las personas y de los pueblos, los dramas doméstico o nacionales han sido observados por el ojo del reportero y han sido traducidos, antes o después, a un lenguaje de ficción.

Creo en la fuerza predecesora del reportaje. Se halla más cercano a la vida, no elige las coartadas de la ficción y no deja ninguna escapatoria.

Cuando bulle el país, cuando pasan cosas, el escritor se convierte en la conciencia viva de su pueblo. ¿Por qué elige asumir un papel peligroso? ¿Qué le empuja a aceptarlo? La literatura sólo se justifica cuando describe todo el dolor del mundo y la lucha del hombre contra sus ataduras.

Alguien levantó la voz en un coloquio contra los escritores que sólo saben mirar hacia las zonas de sombra, que se obstinan en pinchar la modorra y la beatífica tranquilidad de sus paisanos  con relatos sangrientos y escandalosos. No merecía la pena replicarle que el escritor no es un bufón, ni un amigo falso, de esos que saben paliar  magníficamente los crímenes y convertirlos en “errores de la condición humana”. El escritor es un ser incómodo. El escritor social -digámoslo así para entendernos- es un enemigo implacable. Al denunciar la injusticia, opta por un mundo que hay que construir contra otro que hay que derribar. Y le perseguirán con saña porque sus ojos han descubierto el gran secreto, porque sus palabras son como el pan, sólo apto para saciar el hambre y ser repartido. Es el eterno descontento. El nunca satisfecho porque camina delante de todos. Tratarán de hacerle callar por la violencia o por los juegos sutiles de las recompensas.

El reportero social se halla en una posición más incómoda. No recurre, como su hermano el escritor, a la ficción. Da la cara. No inventa reinos, ni paisajes imaginarios, ni héroes que reflejan la realidad pero no son la realidad. Habla de hechos concretos que están ocurriendo cuando él ha puesto el punto final a su escrito. Acorrala a sus lectores contra la pared, privándoles de toda tranquilidad interior porque les ha hecho saber que a pocos metros de ellos existe un mundo doliente.

El reportaje social, como técnica narrativa, requiere unas determinadas condiciones para existir. Cauces adecuados. Normalidad. Lucha abierta. Igualdad de oportunidades. Cuando han sido cortadas de raíz ocurre que el reportaje social se hace críptico, aparece y desaparece intermitentemente, golpea hoy aquí y mañana allá, sabedor de que su fuerza temida es, en el fondo, endeble.

Cuando la normalidad ha desaparecido, le llega su turno al sucedáneo del reportaje social. Puesto que los hechos existen y es necesario afrontarlos, ser les quita el nervio, se barnizan con un nuevo color y se escamotean con el recurso al “populismo” y al falso “folklore”.

Se acusa al reportero social de “no dar soluciones a los problemas que descubre”. Lo he oído innumerables veces. Seamos sinceros. La literatura no es un juego. Ni el periodismo. El escritor sabe que su misión termina cuando ha puesto el punto final a su trabajo. Con verdadero temblor ha descrito una carnicería moral, la opresión del débil y del fuerte, la injusticia que se vive cada día, la desesperanza y el suicidio de un individuo o de una colectividad.

Se ha acercado a un inframundo desconocido. Ha hablado con los protagonistas anónimos de un drama; ha estado con ellos unas horas o unos días. Y experimenta en lo más profundo de su ser la inutilidad de la literatura. No son héroes de ficción. Sabe que no han salido de su imaginación, sino que viven realmente. Están allí, en la misma ciudad, respirando el mismo aire, pisando las mismas calles y el tiempo no se ha detenido para ellos.

¿Qué hacer? Es la eterna pregunta del escritor. Si es honrado hasta el final renunciará a dar soluciones, porque éstas no se hallan en sus manos. La soluciones posibles al problema que describe son totales y merecen palabras excesivamente gordas, tan gordas que se quedarían atragantadas en el angosto cauce de los medios de expresión.

A la sociedad entera y, en primer lugar, a los que sufren y viven el problema, les corresponde encontrar y dar soluciones. El describe un mundo de vivos, no trata con cadáveres a los que se puede manipular y cambiar de posición. No es un taumaturgo, ni un iluminado, ni tiene capacidad para encontrar la solución justa. De opinar lo contrario, creeríamos que los problemas se resuelve por la participación de un “deus ex machina” que, en este caso, sería el escritor o el reportero. A veces ocurre que los pueblos exigen que sean otros los que les saquen las castañas del fuego y exigen responsabilidades cuando no están dispuestos a mejorar su suerte arriesgando la punta de un cabello.

La misión del reportaje social termina necesariamente aquí. Debe terminar, además, por una razón bien sencilla. Puesto que estamos hablando de una literatura y de un reportaje social crípticos, que se manifiestan oprimidos por el corsé de mil temores e impedimentos, con un bagaje escaso, recurriendo, incluso, a los juegos de palabras, a las metáforas y a todo el arsenal del que se provee la invectiva del escritor cuando las palabras no pueden fluir normalmente de su boca; puesto que no puede apuntar las soluciones verdaderas ha de abstenerse tanto, de paliar la auténtica realidad del problema, como de proponer soluciones tibias. Y ya se sabe que si la media verdad es una mentira, la solución tibia es una estafa.

El periodista y el escritor son, en todo caso, una pieza más del juego de fuerzas que participan en la sociedad. Y están sometidos a las reglas generales de la partida. Es justo exigirles que se mantengan en la avanzadilla y hasta que den el pecho en primera línea, pero no es justo pedirles que hagan por sí mismos lo que compete a todo el cuerpo social.

Las soluciones no se propugnan desde una cuartilla, sino que se imponen desde otras áreas más efectivas. Para que sean reales, no requieren el apoyo de la pluma sino la decisión, la voluntad de transformación de todo un pueblo.

El escritor vive su soledad. Sabe qué efímeras son sus posibilidades de lucha. En realidad es un francotirador, un guerrillero cuya arma de combate le ha sido prestada. Y sabe que el cualquier momento puede quedarse sin ella. Es un enemigo temible al que se puede anular de un plumazo. Y, cuando esto ocurra, se encontrará otra vez solo. Mudo cuando tiene tantas cosas que decir. Ciego, cuando ha visto tantas cosas. Y cojo, cuando hay tantos sitios a donde ir.

                                                             

 *** 

Creo que es innecesario decir que todos los sucesos y hechos, todos los personajes que salen en estas páginas existen realmente. Y que su problema sigue siendo tan real como cuando hablé con ellos. Más cosas habría querido decir, más argumentos me hubiera gustado aportar, más extenso debería haber sido, pero el reportaje no encuentra nunca su punto final, salvo cuando sus protagonistas -gentes que viven junto a nosotros- desaparecen, mueren. He elegido unos cuantos hechos que me conmovieron personalmente. Todos ellos estaban marcados por el mismo hervor. Pero, no son los únicos y algún día volveré a ocuparme de otras gentes que viven en las mismas circunstancias

E.B.

Los atentados contra Franco

En diciembre de 1976 la editorial Plaza & Janés publicó “Los Atentados contra Franco”, del que se hicieron varias ediciones en cartón, en tela,

y en bolsillo. 

A pesar de haber sido publicado después de la muerte de Franco, y cuando ya se había reconocido en España el derecho a las libertades fundamentales, entre ellas la de publicación, el Juzgado nº 1 de Madrid ordenó su secuestro el 7 de enero de 1977.  El libro fue retirado de las librerías, y el autor hubo de exiliarse a Suecia por el impacto de la publicación de unos reportajes en el semanario Interviú, relacionados con el secuestro del Presidente del Consejo de Estado, José María Oriol y Urquijo. 

El juzgado levantó el secuestro del libro  y se puso nuevamente a la venta. Alcanzó varias ediciones de bolsillo. Por razones que el autor desconoce, la editorial saldó los ejemplares que en la actualidad se venden en las librerías de viejo.

El libro “Los Atentados contra Franco” es el único publicado sobre este tema, aunque ha sido numerosas veces citado y copiado sin el permiso del autor. Se han hecho dos documentales de Televisión basados en la obra, a la que se cita, pero sin la autorización del autor (ausente de España en la época) 

En 2005 el director de cine Pedro Costa realizó un documental muy ambicioso sobre el tema que se estrenó en otoño de ese año.

El libro “Los Atentados contra Franco” es fruto de una investigación directa del autor que conoció personalmente a los principales protagonistas de los hechos. Algunos permanecen hoy en el anonimato porque no quieren verse relacionados con unos hechos especialmente sangrientos y conspirativos. La mayoría de los personajes que intervinieron en atentados ha desaparecido. No existe otra fuente, conocida hasta el momento, que pueda confirmar o desmentir la naturaleza de los hechos narrados, porque se trata de testimonios directos. 

El autor redactó una primera versión de “Los Atentados contra Franco” durante su estancia en el Penal de Burgos. El manuscrito le fue robado por Mr. Z.A., colaborador del Mossad y condenado por la tentativa del secuestro de León Degrelle (el líder rexista belga, ahijado de Hitler), y nunca apareció.

Una vez en libertad, el autor reconstruyó pacientemente las historias y se entrevistó con unas cuantas decenas de veteranos anarquistas que habían participado en alguno de los numerosos atentados, desde los que se planearon en la posguerra hasta los que se hicieron en 1963 (Granados y Delgado). Así pudo tener de primera mano el relato de atentados tan avanzados en su ejecución como los que planearon Laureano Cerrada       -asesinado en París, pocos días después de su última entrevista con el autor-, Cipriano Damiano en colaboración con el coronel del ejército Pardo de Andrade, el grupo de los Maños (Wenceslao Jiménez Orive) y otros cuya naturaleza es todavía un secreto.

Desde la terminación de la guerra civil hasta 1964, en que transcendieron los rumores sobre el declive físico del general, se sucedieron no menos de cuarenta intentos de atentar contra el Caudillo. La mayoría de ellos  fracasó en el proceso de preparación, cuando los conspiradores se vieron implicados en otros hechos. Muchos atentados, como el previsto para la inauguración de la Feria de Muestras de Barcelona por Franco, fueron planeados minuciosamente, con gran rigor y con un derroche de medios. La orden de desactivar este atentado partió de un personaje muy importante. Los anarquistas lograron contactar con militares franquistas y con auxiliares de la Casa de Franco que colaboraron en la preparación de diversos atentados. Muchos de ellos fueron abortados porque los grupos anarquistas habían sido penetrados por agentes de los servicios secretos franquistas. En algunas ocasiones los autores llegaron a situarse a pocos metros del general. 

Quizás el atentado más espectacular fue el elaborado por Laureano Cerrada cuya vida mítica hasta convertirse, en el momento de ser asesinado en Paris, en la persona más buscada por la policía francesa se narra en el libro. Un avión cargado de bombas llegó a situarse sobre la bahía de San Sebastián, cuando Franco presidía una carrera de regatas.

No menos de trescientas personas participaron directa o indirectamente en la preparación de los atentados. Casi todos los grupos que intentaron alguna vez liquidar al Caudillo fueron pulverizados, y los escasos supervivientes a las matanzas en la calle  y al pelotón de fusilamiento fueron enterrados en las cárceles de las que salieron tras más de veinte años de prisión. 

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