El Tiempo que nos queda
crónica actual del pasado
Eliseo Bayo
…Y el cielo es nuestra casa vio la luz como antología en 1998 dentro de la Colección Margen de Poesía de la UAM México.
En abril de 2013 la Editorial unomásuno, Madrid publicó la versión completa
Cuentan que cuando los Sabios, los que conservaban la Memoria secreta de su pueblo, fueron exterminados en los primeros días de la Matanza, los dueños del Destino encerraron en mazmorras a los pocos que sobrevivieron a la persecución. Durante semanas, meses, años, fueron interrogados por separado para robarles la impenetrable noticia de sus hechos, y oscurecer la historia de sus antepasados.
Con aquellos relatos arrancados en la oscuridad los amanuenses de la nada construyeron la perplejidad de la Mentira que es la reina de su Mundo. Todo lo que se sabe sobre las sociedades destruidas no procede de sus fuentes, que fueron cegadas, sino de la invención que mueve el corazón atropellado de los intrusos. Quemaron las pruebas de la historia verdadera y convirtieron sus cenizas en argumento para la calumnia perdurable. Borraron los nombres auténticos y los sustituyeron por falsarios encubiertos en el anonimato. Todo lo que reluce desde entonces no es oro, sino robo.
Pero uno de los Informantes quedó olvidado en el claustro, y encerrado en su luminosa Soledad vivió centenares de años. Su cuerpo, que había tomado la forma de pez de piedra que reposa en las profundidades, volvió al mundo aniquilado para calentarse con el recuerdo de sus días de clarividencia y anunciar la llegada de un Sol nuevo. Estas son sus palabras. Eliseo Bayo
Dicen que la cultura es aquello que queda una vez olvidado lo leído. Dicen que los únicos pueblos que llegan a ser míticos son aquellos de los que no queda ni la memoria. Dicen que los poetas son los que, una vez desnudadas las convenciones, se encuentran mirando atónitos a las estrellas. Eliseo Bayo tiene algunas vidas y un puñado de libros en los jirones de su mirada, y ha decidido emborracharse de panteísmo y de concepto. Los versos de este poemario, secos, recios, preñados de hondura, cuentan la saga de lo que se evapora en los tiempos.
Y el Cielo es nuestra casa recorre el mapa moral de un pueblo sojuzgado, peregrino, que al final se libera de añoranzas y se marcha con el fuego. El juego de tropos y figuras con los que Bayo cubre como un manto la terrible verdad concede la voz a un pueblo al que se le sofocó la suya propia, y al que se condenó a la negrura. Pero como escribe brillantemente este poeta cosmopolita, políglota y filosófico, "el final de la espera es el destino/la grieta en la piel de la granada dulce". En todo caso, la muerte es el telón de fondo que libera. Los muertos son aquellos que pasan por derecho al recuerdo y se alejan de los que vagan en el carro de los victoriosos o de los inanes. No puede haber verso menos explícito que aquel en el que Eliseo Bayo espeta "la gente me mira con pena viéndome aún vivo".
Obra que encierra una senda iniciática, pues las verdades que se tejen despliegan un camino de perfección, una permanente espiritualidad y una cosmogonía singular. Entre la ruta del descenso y los pasos hacia arriba se crea un espacio moral certero y hermoso a su manera. El estilo que amojona esta obra fundacional tiene algunos dejes barrocos, sabores insomnes y un componente narrativo último que atraviesa unos poemas vibrantes, encabalgados y asombrosos. Verdadero tratado de los estados del alma, el siempre penúltimo libro de Eliseo Bayo es poesía para ser recitada. Con el mismo son del rapsoda que va deshojando su añeja letanía llena de ecos familiares. Frente a lo efímero, se ordenan las sucesivas caídas de un pueblo escondido, las ocultas luces, los sonidos prodigiosos, los sabios dormidos y las huellas borradas en el silencio de los tiempos.
Brillante tour de force de una poesía a contraestilo, reivindicación seca y sorda, la de este poemario inagotable. Andrés Sánchez Magro, editor
Primer poema
Enmascaro mi rostro para añadir negrura
donde no la hubo
Todas las mañanas al alba enemiga
mi casa cuadrada en en calculado desorden pongo
escondo la piedra de luz y oro
encerrada en mi puño por la noche
De mis ojos rescoldo de incendios
borro la huella que dejaron al marcharse
mis iguales desollados
La sonrisa verde y la incolora inocencia
que vinieron con el cruce de los carros
en la anchurosa cintura del cielo
Me cubro con el manto de la repugnancia
Para que al desdén dados se aparten
a mi paso de humillada caña
los que siguen buscándome en la sombra
del silencio por su hueco dedo impuesto
Último poema
Canto final mientras respiramos
No rompas el frágil sueño de la flor
el hilo de nácar en que dormida se mece
al movimiento del oído atento
De ella nacen la luz viajera y el canto viejo
La estabilidad en que la voluntad ajena
complacida se asienta
El confín del mundo describe su corona
La recompensa anuncia para el circular paseo
de los espíritus más leves
en ella buscando alivio la pena eterna
No la atemorices con tu presencia
si es un grito contagioso tu corazón en ciernes
El paso enfermo consigo su condena arrastra
No la apartes del sitio en que nació
En tierra puesta por mano del Dueño del Silencio
no la castigues por no saber quién eres